miércoles, 22 de septiembre de 2010

La genética del ambulantaje

Para qué nos andamos dando golpes de pecho. El ambulantaje es un “problema” acunado desde hace siglos atrás.

Espere un momento: ¿acaso dije “problema”?

Un problema es –según mi profesora de Metodología de la Investigación, en mis años de universitario-, una discordia entre lo real y lo deseado.

Pero, ¿tenemos en el ambulantaje una discordia entre lo real –reitero, lo real- y lo deseado?

De cuando yo tenía los años apenas contables con los dedos de una mano, mamá me llevaba de la mano a acompañarle a hacer las compras a un “mercado sobre ruedas” (término muy chilango, by the way): montaje efímero callejero con carpas de colores a manera de vendimia. Estos circos se establecían un par de días por semana, invadiendo el arrollo de alguna calle de un barrio de la ciudad.

Las cosas no han cambiado mucho al respecto. A lo más, en un lapso de treinta años se han multiplicado estos asentamientos, y han variado sus giros. Si bien antes tan sólo ofertaban frutas, verduras, carnes y comestibles y artículos para el hogar; hoy se los ve promoviendo aparatos electrodomésticos de fayuca, ropa de marca y música piratas.

La sensación de colorido, sonidos múltiples estereofónicos, olores exóticos, personajes pintorescos, y una gran gama de estímulos sensoriales que en mi niñez se multiplicaban en estos divertidos recorridos por tales lugares, se me han convertido ahora en la adulta opinión de: “acaben de una vez con el ambulantaje”.

Aunque no estaría de más recordar que la tradición del tianguis viene enraizada desde la época prehispánica. A tal punto que me atrevo a especular sobre la posible existencia del gen del ambulantaje en la sangre del mexicano.

Si bien los vecinos blancos nos han puesto muestras de civilidad agrupando sus comercios en espacios cerrados y pulcros con aires acondicionados y confortables estacionamientos a la mano, no creo que debamos creer que esa es la única manera de hacer intercambio comercial. Imagino –sin mayor base científica- que estos aprendieron a hacerlo así debido a impedimentos climáticos. Nosotros por nuestro lado, con el sol y el viento amables por casi todo el año, montamos un recorrido fluido, caótico y natural en un callejón (en verdad intente hacer el ejercicio de trasladarse a una de estas veredas bajo lonas rojas y amarillas tiñendo la luz del sol del medio día; sorteando diablitos, señoras con bolsas, perros callejeros, marías sentadas al piso ofreciendo aguacates en montoncitos de a veinte, olor a carnitas, música tropical, etc. ¿no le saqué una agradable sonrisa?)

El ambulantaje es nuestra manera de hacer comercio, de hacer economía. Así como los colonizadores hicieron como estrategia los enormes atrios en las primeras iglesias católicas para atraer y contener a los indígenas en las misas iniciadoras, porque éstos acostumbraban por generaciones a hacer su vida pública en espacios abiertos y no entraban al interior de los nuevos templos ajenos; así, de igual manera, se hicieron plazas y explanadas para fomentar el comercio muy a nuestra manera.

No queramos convertirnos en lo que no somos. El mall y el supermarket son formatos ajenos a nuestro modo de vivir y de convivir so pretexto de intercambiar. Si bien estos modelos importados son cómodos para los segmentos poblacionales que se manejan preferentemente en automóvil, los tianguis resuelven otro tipo de necesidades de compra para varios muchos segmentos de a pie.

La discordia no es social ni urbana, vaya, no es la existencia per se del ambulantaje. El reto consiste en desdeñarle de una vez por todas al calificativo de “comercio o economía informal”, y meterle al tren de los contribuyentes. El problema es económico. Cuando al ambulante se lo tome como a un ciudadano de primera categoría, y no como un marginado de la economía global, ese día él mismo irá a la ventanilla del banco a pagar sus impuestos.

Una estrategia sería regular el ambulantaje en los diferentes rubros en los que participa y afecta: espacio urbano, causa tributaria, acuerdo arancelario, comercio justo, consumo responsable, calidad de producto, salud pública, medio ambiente, y un largo etcétera.

Al ambulantaje resulta prácticamente imposible erradicarle. ¿Quiere saber usted por qué?... Pues porque lo llevamos en la sangre.

Patrimonio Moral

Dícese de aquel patrimonio que alberga la honorabilidad de un individuo.

Así pues, se nos puede ver a pie o en bicicleta -compañeros-
pero el sincero saludo y la ganada reverencia
que nos dirija el vecino por las mañanas
es una paga más que necesaria para nuestro andar diario.

¿acaso no es el patrimonio moral
lo que más le debe quitar el sueño a un hombre?

Así es como llegó a ser rico
un tal fulano Don Quijote.