miércoles, 30 de marzo de 2011

El amigo imaginario de Dios

No hemos vivido lo suficiente, eso me queda claro. Hacemos listados de buenas intenciones cada mañana, luego nos levantamos de la cama (para eso nos sirve hacer listados, para tener motivos para levantarnos) y tomamos un baño, un ligero desayuno, pasamos por una taza de cafè y nos ponemos como meta llevar a cabo las tareas.

Pero las tareas son regularmente intrascendentes, porque nuestras vidas son intrascendentes. Somos un parpadeo en la vida del planeta, un rayo de luz en la del sol, y no existimos para Dios. Por eso Dios nos quiere tanto, porque no le damos guerra. Cuando pretendemos que ya lo sabemos todo entonces nos morimos a la sombra de unos violines contratados por nuestra viuda, y ya quedó.

¿Qué acaso está molesto por mi pesimismo?... no sea usted pendejo. Lo que le revelo es un alivio. Debe de ser un alivio. Ahora salga y bese a la mujer más hermosa que se le cruce por la acera, y hágale una buena broma a su patrón (él también durará poco en el sistema solar.)

Lo único que nos mantiene encarcelados es la creencia de que nuestra vida vale algo más de lo que nosotros mismos estamos dispuestos a pagar por ella. A nadie le importa. A Dios no le importa (a Dios le importa la macro-economía, los números duros. Las estadísticas de Dios se generan por milenio como unidad mínima de medición del tiempo. Dios no sabe aún que nosotros ya sabemos lo de Darwin) Eso es maravillosamente revelador. Asì que dediquémonos a vivir.

(¿que cómo sè tanto del tema?... porque soy el amigo imaginario de Dios, y el muy ingenuo me lo cuenta todo.)