lunes, 24 de octubre de 2011

La nefasta filosofía de la Chica Cosmo




Cómo hacer que te adore en la cama. Nueve maneras de retenerlo a tu lado sin derramarle una lágrima. Tips infalibles para que sólo te mire a ti. Hazlo un adicto sexual en la primera cita. Cómo exigir un diamante para tu mano sin tener que pedirlo. La guía de los veinte pares de zapatos que deben estar en tu guardarropa. Los cuatro cirujanos plásticos de moda en la ciudad.

¿Acaso no son estos los encabezados de portada en las revistas para la mujer contemporánea? Y todo se reduce a tres cosas: consigue un hombre y mantenlo a tu lado, ten una boda mejor que las de todas tus amigas, y viste y luce siempre mejor que ellas. En eso radica la vida de una chica Cosmo. Todos los contenidos y secciones son consejos y rutas para obtener el éxito en la vida, y el éxito en la vida está contenido en esas tres finalidades.

Pues bueno caballero, que para eso querían ellas liberarse. Tanta pancartería desplegada en todo el siglo pasado para llegar a pelear el derecho a tener un hombre y retenerlo, la posibilidad de protagonizar una boda de ensueño, y aspirar hasta lograr verse siempre como una protagonista de telenovela.

La chica Cosmo, que a todas luces representa el prototipo de la mujer contemporánea, evoluciona creativamente el concepto de príncipe azul de cuento agregándole una muy estirable tarjeta de crédito a su billetera. Los demás requisitos no parecen variar demasiado: guapo pero sin que su vanidad le distraiga para trabajar como esclavo, inteligente pero fácilmente chantajeable, sociable pero nunca el alma de la fiesta. Un tipo simple, que guste de los rudimentarios deportes y de las herramientas de mano. Ah, pero eso sí: convenientemente adicto al sexo y al trabajo.

El varón de la chica Cosmo es más bien una especie de accesorio con una vocación plurifuncional, como si se tratara de un collar adecuado a usarse en martes para la oficina y el sábado para salir de noche. Un empleado que resuelva todo lo operativo de su vida, y que también se haga cargo de liquidar todas sus cuentas. El pago a cambio parece simple: sexo, sólo sexo. La chica Cosmo ha desarrollado la creencia de que los hombres somos animales que no hacemos más que desear su vagina, y a cambio de tenerla estamos dispuestos a matarnos los unos a los otros.

De ahí se derivan el otro par de obsesiones. La segunda, la boda espectacular. Esta aberración al culto republicano es más bien una graduación, el desbordado alarde de haber obtenido una máquina para trabajar (un varón-tractor), y estar firmando justamente el vitalicio contrato de compra-venta.

¿Que por qué es famosa la leyenda de que a los hombres nos indigesta el matrimonio con una chica Cosmo?, fácil, pues porque realmente no sabemos qué suelo pisamos, ni en qué nos estamos metiendo. ¿Que cómo saber si usted está a punto de casarse con una de ellas?, más fácil aún: revise en las cuentas si el vestido que llevarán las damas de honor es más costoso que el austero atuendo gris que portará usted para el evento que está pagando. Es sabido que ahora se estila que en la foto de bodas sólo salga la novia.

Y toda la parafernalia requerida para la vida cotidiana posterior cumplirá con la tercera pero no menos importante fijación: verse siempre bien. La marca de la ropa (y por tanto el precio de ésta) es el símbolo de lo bien amados que estarán ella y sus hijos. Para esas alturas, el sexo –por obvias razones gravitacionales- dejó de ser la carnada que tenga al varón encadenado a la chica Cosmo, para en su lugar instalarse como tópico de manipulación el estatus. Así es que se nos vende que, para que podamos pasearnos por la calle con la frente muy en alto y el apellido bien lustrado es necesario que nuestra señora referencie su residencia en un código postal destacable, que se traslade en un camionetón de antología, que hable por Nextel en los semáforos más chic de la ciudad, que lleve y traiga niños con uniformes de colegios bien, y de clases de natación al ballet o al tenis. Para las chicas Cosmo todo –dije todo- todo es apariencia.

Pero para los casos en que se les revela el esclavizado marido existe el divorcio. Se sabe incluso de unas viudas negras en L.A. que planean ya no con quién han de casarse, sino de quién habrán de divorciarse. Para la Cosmo el divorcio es el negocio de la vida.

Oh, la chica Cosmo. Proliferación enfermiza de una sociedad de consumo que asume sofismas bien entretejidos como el “compro, uso, tiro (ah, y luego existo)”. ¿En qué momento, siglo veinte, diste más presencia de palabra a Marilyn Monroe que a Simone de Beauvoir?