miércoles, 9 de marzo de 2011

Con una chingada: te amo

Imagen: Bailarina de Ballet / Marga Fuentes / España / 2008


No recuerdo haberte dicho que te amo,
no lo recuerdo porque olvido
-convenientemente-
lo inconveniente de un día para otro.

No me conviene amarte, porque gano demasiado;
y la política de esta casa es perder,
para luego pedir subsidio a los otros,
a los verdaderos ganadores.

Pero si te amo me convierto en uno de ellos,
en un ganador,
y nunca antes me había sucedido,
y no sè cómo firmar autógrafos.

Con una chingada:
te amo.

lunes, 7 de marzo de 2011

Del Catolicismo y unos cuantos cuentos de hadas

Imagen: El Cristo de Iztapalapa / anónima

Antes de comenzar a externar mis opiniones sobre un tema ya de por sì delicado, me declaro un ciudadano respetuoso de la libertad de creencia.

Sin desconocer el contexto, por haber nacido en éste, un país netamente católico, y por haber cursado mis primeros y segundos años de colegio en instituciones religiosas, me atrevo a soltar ante el lector la siguiente hipótesis de opinión: el dogma Católico es un reduccionista cuento de hadas.

Me explico a continuación:

Como toda religión, la católica ha debido recurrir en sus inicios a la mitología para hacerse entender ante un público mayormente analfabeta. Así, desde el antiguo hasta el nuevo testamentos, los autores se vieron en la necesidad de hacer uso de la metáfora para explicar a los ciudadanos de a pie los conceptos que planteaban. Digamos, los valores universales que, según este dogma, se debían seguir para llevar una vida espiritual plena.

El problema con lo anteriormente expuesto es que, por naturales conveniencias políticas y de apego al poder, las altas esferas del gobierno eclesiástico han visto necesario alimentar las ambigüedades filosóficas de su religión por medio de estos cuentitos para dormir. Y así, los fieles no tienen más que creer a pies juntillas que la mar se abre, que los muertos resucitan, que las vírgenes les llaman, que los santos de barro lloran sangre, etcétera, etcétera, etcétera.

En pleno siglo XXI podemos ver en los países menos desarrollados –como el nuestro- que la gente desarrolla a diario la creencia de que las cosas caen del cielo, y que sólo basta arrodillarse y orar fervientemente para que una situación se solucione. Somos individuos que tenemos medio prohibido escuchar a la ciencia (ya no digamos leerla), y solemos ver con recelo a las artes que invitan a dar rienda suelta a las pasiones humanas como la sexualidad y la natural búsqueda del placer.

Lo que nació como una forma platicada y entendible de domesticar al instinto y trazar un camino para lograr una sana vida espiritual, hoy se ha vuelto un grillete pesado que obliga al alienado individuo a no pensar, y a abandonar toda perspectiva de libre albedrío, para ejecutar automáticamente la monopólica visión de la Santa Madre.

Nada nos separa del fundamentalismo islámico, cuando aseguramos que la única forma de alcanzar la inmortalidad es haciendo lo que las sotanas obligan, asumiendo que tales figuras de poder apenas y entienden el mundo desde los ojos de la filosofía pre-renacentista.

México es un pueblo analfabeta en concepto, que no lee más que la nota roja, o la del corazón. Que no sabe degustar el arte que no sea popular, que no conversa sobre ética, que confunde la moral con la fe, que basa su suerte en fetiches de yeso y colguijes de madera, que funda el diálogo con su dios a partir de versos de autoflagelación repetitivos automáticamente –como el Santo Rosario-, que no encuentra diferencia entre la espiritualidad y la superstición. Que no logra indagar los contrastes entre el auténtico ritual, y la pintoresca tradición.