miércoles, 2 de noviembre de 2011

Te dije que no.


No quisiera rayarte la vida
con este plumón tan auténticamente negro,
ni mojar tu entrepierna endulzada
por el dios del estreno
con mi lanza desgasta de su punta.

Hube de decirte que no
cuando estás desnuda en mi cama,
cuando ríes de estar segura
de que es la hora de la mágica entrega inmediata.

Te dije que no,
por quererte bastante,
y no es que sea esto un acto de heroísmo.
Es en realidad una carta de ayuno obligado,
un mejor que te tenga quien se pueda quedar más de un día.

Soñamos de jóvenes nosotros
con perforar todos los pozos posibles,
pero la putería y la conciencia de la belleza
-que sólo las dan los años-
nos obligan a no erosionar los campos de las flores silvestres
(y a mirar sin pisar nada, y a luego irnos)

Mi padre era un caballero
(uso el verbo en pasado
no porque haya muerto,
sino porque se jubiló de tal oficio
para dedicarse a la sabiduría)
y, aunque nunca me enseñó las artes de su ocupancia,
me dejó un legado silencioso
de actos que engrandecen al hombre

huyendo

huyendo.

justo como yo hago ahora contigo
pidiendo que te vistas y que mejor enciendas la tele.
Darán una peli de Fellini a las ocho,
abrázame y quedémonos callados.