miércoles, 4 de enero de 2012

La rutina





Una familia que se quedó sin casa después de una tormenta de nieve, emigra a un albergue que les asignó el ayuntamiento mientras se les soluciona su problema. El traslado con las pocas cosas que les quedan es cansado y entristecedor. La primera noche en el albergue es irremediablemente en vela. Después de seis días de adaptarse al nuevo e improvisado lugar, la familia de la que le hablo es avisada que tendrá que emigrar a un albergue más lejano, aunque más comodo. Los miembros de este grupo afligido se reúnen y vuelven a empacar, y se sienten nuevamente frágiles. Ya habían hecho una pequeña rutina de despertar e ir a buscar el baño y luego agua para el café y caminar unas cuadras para recoger un desayuno que les donaban de un restaurante con conciencia social. Luego venían los paseos por el parque y la preparación de la comida para todos los demás damnificados, que era asunto de convivencia con los otros pares, y luego las cartas y el dominó y las conversaciones con diversos desafortunados similares, y a dormir. Y ahora se tienen que ir otra vez.

La rutina tiene su razón de ser. Creo que la construimos a diario por instinto, para sentirnos seguros de algo, quizá del caos.