domingo, 2 de octubre de 2011

Aviso oportuno / de las soledades a los desperfectos del cobre



Llegar a casa desde la imprenta, andando a las siete y veinte por Montoro apenas antes haber doblado desde Cosío saludando a la chica del ciber, con manos casi tan sucias como el día anterior, pero más que el que antes del día de ayer transcurría.

Encender el televisor, o escoger una leve lectura, una de las que te llevan al letargo de no pensar en eso que te recuerde lo que más te ha hecho daño en el transcurso de la mañana, hasta que llegaste al almuerzo con los compañeros de la chamba entre bullas de salsas picantes y nuevos modelos de ford, pero que después de las doce te volvió a repicar en la sien. Ese aislado evento por entrecortado, por poco frecuente de ilación pero al final siempre en orbita, esa puntita de espina que no se clava, nomás se retuerce en la segunda capa de la piel donde la sangre ya comienza a manifestar señales de fragilidad, de mortandad, ese evento que no deja de deletrearse en la punta de la lengua: soledad.

A mis treinta y varios la perspectiva deja de ser a un sólo punto de fuga. No sé, quizá sea el vértigo que genera la cumbrera de la torrecilla construida por las mujeres que han pasado por aquí, deliberada o accidentalmente pero dejando escenas de película documental que hasta este momento de su proyección parece tratar de la vida y obra de algún comensal compulsivo del Greco de Madero, en espera siempre de la variedad musical de los sábados por la noche.

Desde el día posterior a la velada del Sanpa de Benito con los de la More, en que desperté a las catorce con agruras por exceso de botana, migraña vodquera y cruda de cigarro; desde ese día en que los oídos me gritaron con sordera que hora y media de mariachi en vivo y a quemarropa ya no eran suficiente dosis para amansar la tormenta de la llegada de nuevo a casa, en soledad absoluta; desde entonces fue que me di a la tarea de ponerle fin al tormento. Resultaba hora de volver a las andadas y olvidarme del cortometraje, del vértigo de la torrecilla, del Greco y de las mujeres que como huracán de temporada sólo dejaron a su paso destrozo tras impacto. Resultaba hora de poner manos a la obra.

En la imprenta sólo hay dos reglas irrompibles: el uso mesurado del lenguaje, ya que los castos oídos del devoto don Manuel, jefe y propietario del local, no admiten tal ordinariez; y el impecable cumplimiento del horario marcado por el mismo a sus empleados. Para poder solventar el segundo mandamiento, tengo diariamente que poner pie firme y descamarme a la siete en punto, esto me da el tiempo que pide mi matutino, negro y amargo café, y, una vez ya entrado en razón, darme un regaderazo con agua casi hirviendo.

El problema es que de doce días a la fecha el boiler no da señales de vida. Y las fuerzas que del más allá llegan para permitirme sobrellevar cada una de las interminables jornadas piden como única condición que se les remoje con agua de caldera: tan caliente como sea posible.

Aquella mañana, sin baño ni cafecito, ni oraciones ni don Manuel, me ocupé de los dos problemas que han ido desgastando mi ya de por sí delgadita paciencia. En ese momento caminé por Carranza y sorteando los innumerables obstáculos que la obra de mejora peatonal genera, me dirigí sin distracciones a las oficinas del diario local a gritarle al mundo vía “aviso oportuno” mi desesperada necesidad de dar con una chica que calentara mis solitarias noches con cine, abrazo, charla e intimidad. Y, como en tales casos el anuncio se cobra por letra y espacio, me resultaba conveniente matar los dos pájaros de un solo tiro. Así que con entusiasmo escondido en la ventanilla de anuncios de ocasión pasé al empleado del periódico una nota que decía: “se solicita novia y un fontanero”.

Mi anuncio fue exhibido por toda una semana en el diario de mayor circulación de la ciudad. Pero muy a mi pesar, no recibí respuesta ni de fontanero, ni de alguna curiosa chica que se aventurase a reportarse. Y aquí entre nos, no me resulta difícil entender las razones que me llevaron al naufragio en esta inverosímil por inusual empresa; Al final del día, en un mundo de obsesivos sexo adictos, ¿quién se suelta el pelo y responde sin pudor a una propuesta tan intima en formato de amor de botadero teniendo como enlace únicamente la dirección de correo electrónico que dejé al pie de mi nota impresa para alguna desesperada respuesta? A saber. En realidad, la respuesta de algún plomero en busca de chamba resultaba mas factible, pero, si lo pienso detenidamente, ¿Qué probabilidad hay de que logre respuesta por esa vía?, si al final del día los fontaneros no tienen e-mail.




Aguascalientes, Octubre del 2005