lunes, 31 de enero de 2011

La mujer, el marido y el Donjuàn

"La mujer del Ramòn"
Oleo / Tela
elroko777 / 2009

En una tienda departamental se generó tal polémica. Resulta que afuera del área de probadores, una joven mujer de muy buen aspecto físico, se encontraba inspeccionando detenidamente entre sus manos un sostén de esos que logran desafiar la gravedad. Cuando sorpresivamente, un hombre extraño rompe el silencio y le saca de su charla interior.

El Donjuàn

Me resultó complicado llegar hasta aquí, ¿sabe usted?...; la ciudad ya no es la misma de hace diez años. En aquellos yo podía cruzarla de polo a polo en apenas quince minutos. Y eso que no había los tercer anillo, ni los López Mateos con semaforización en sincronía; ni que decir de los Gómez Morín. No señorita, no había nada de eso. Y hoy que sí les tengo a la mano, no me sirven de nada en horas pico. Treinta y siete minutos menos de productividad malgastados en un embotellamiento maquiavélicamente planeado por el chofer del camión repartidor de agua embotellada. Ese es mi mejor record este año si de desperdicio de vida se trata. Y yo que tan solo vengo en busca de una corbata para usarla el día de mañana; cuando formalmente me nombrarán en la empresa como el nuevo gerente operativo.

No, no tiene ni que decirlo. ¡No faltaba màs!. Existen mejores maneras de atraer la atención de una mujer. Esas charlas rompehielos acerca del clima o cosas màs banales como el informe vial, que me acabo de ejecutar a detalle con poco éxito, no son forma de abordar a nadie. Ni siquiera en el incomodo silencio de un elevador repletito de extraños, donde alguien tiene que hacer algún comentario urgentemente para evitar asfixias nerviosas. Ni siquiera en la presentación de una novia ante sus nuevos suegros, donde la chica pone a andar su cabeza a miles de revoluciones por segundo para decir algo ingenioso, amable, dulce, apropiado. No tiene la obligación de disculparme. ¡Vaya manera liviana y trivial de romper con su silencio!. Y todo esto nada más para mirar esos ojos. ¡Mire que no tengo perdón!.

Pero no lo busco, ¿sabe usted?... Porque el perdón lo buscan sòlo los arrepentidos. Los poco afortunados. Los que lo dejaron todo. Los que lo perdieron todo. Y yo no estoy en ese club. ¡Qué va!. Yo soy de los pocos que un día cualquiera se levantaron de la cama al sonar el despertador, se dieron un baño, se sirvieron un cereal de fibra post treinas, y se lanzaron a la calle en espera de nada en especial.

Mi rutina se colapsó cuando mi agenda electrónica me informó que hoy vencía el plazo para comprar la corbata. Inventé la visita de algún desesperado cliente, tomé mi saco y me abalancé a Galerías. Pero al norte de esta ciudad señorita, nadie sabe de corbatas. Eso me lo explicaba mi padre minutos antes de la boda del primo Raúl. Al viejo siempre le han gustado las corbatas con dibujo divertido, poco convencional; y al norte solo se encuentran texturas lisas, aburridas.

Como ya le he contado torpemente, crucé la mancha llevándome entre las patas mas de media hora. Estacioné el auto como a doscientos metros de aquella puerta, y me asoleé tanto ¡que mire usted éste color camaronezco!.

Y la encontré entonces aquí parada. Aquí de pie. Con ese objeto del deseo en las manos como el asesino satisfecho que mira el arma que detonó hace instantes para dar muerte al hablador. La encontré brillando entre prendas flamantes, atrevidas, sugerentes, pero muertas. La única vida brotaba de usted. En esa foto instantánea que mis ojos captaron al verle aquí, tan quieta. El vestido que lleva puesto registró la llegada de la primavera cuando incauta su cadera se desplazó cadenciosamente de norte a sur, al virarse al mostrador para verificar un precio. Y sepa usted que no soy muy ubicado. Nunca me gustaron los campamentos scout, con el perdón. Pero el movimiento registró tan natural aplomo que mi hemisferio cerebral izquierdo obtuvo con certeza el dato de donde estaba el oriente. La dirección y el aroma que emanó de su enagua al girar me dijo al oído por dónde se asoma el sol todititas las mañanas. Pero su cabello lo contradecía absolutamente. Porque inconforme a la voluntad de su altanera cintura, señorita, el pelo suspendió el descanso que le regalaban sus hombros y se puso a bailar una bossa nova, para amablemente recomendarle a sus pechos que no obedecieran las ordenes del siempre caprichoso por hipnotizante ombligo.

¡Es usted, señorita, la mujer mas bella que haya pisado jamás las afueras del vestidor de caballeros de ésta colorida tienda!.

La esposa

¿Acaso cree usted..? ¿Qué no sabe que yo…? (¡Me está mirando tan fijamente a los ojos que….; ese saquito le hace ver bien los hombros, si siempre lo he dicho: ¡no todos los hombres se ven bien de traje!...... ¡Y a mì qué con ese choro del tráfico!.... ¡no puede ser: un ligador de tienda departamental!.... ¡seguro me quiere vender algo!... menudo perdedor: ¿Quién agenda la compra de una corbata?... ¡joder!, tengo un brá en las manos, y éste se está poniendo intenso…¿asesino? ¿mi vestido? Y eso que no has visto lo remendadito que lo tengo… ¿cadera? ¿mi cadera?, ¡si mis amigas siempre me han jodido que me falta curva!... ¿de norte a sur? ¡pero que monada de frasecita!, ¡te la regalo vendedor, si me ayudas a moverla mejor!... ¿enagua?, ¡que ñoñería!... ¿mi cabello? ¿mis pechos? ¿mi ombligo?... ¡tómame todita!, pero no dejes de hablarme así por favor, al oído, en todo el ratito que me tengas a escondidas, porque yo…) ¡soy una mujer casada!.

El marido

Llevo quince minutos metido en ese probador, y mientras me iba cambiando de pantalón en pantalón, he ido escuchando su encantador monòlogo ¡que por cierto va dirigido a mi mujer!. ¡Felicidades poeta!, ¡se ha ganado usted un fuerte aplauso, y de postre, una inolvidable madriza que le dejará imposibilitado de por vida para ejercer su prolífica carrera de coplero hablador!...

La situación crítica

El don Juan fingió un estornudo, apenas después de escuchar impávido la intervención del enfurecido esposo. Y al notar el instantáneo desconcierto de aquel violentado monstruo, echó a correr como nunca desde aquella tarde a sus once, en que su padre lo sorprendió con material pornográfico en las manos. Y como el miedo no anda en burro, fue imposible que su enemigo lo alcanzara.

Las moralejas

A la mujer, tal evento le presentó ante los ojos la inminente comprobación del consejo que solía compartirle su abuela: “En controversias que salgan de tu alcance en entendimiento, piensa con calma, piensa lo que quieras, ¡pero piensa siempre en silencio!”.

El donjuàn aprendió algo valiosísimo en su carrera de conquistador. Y desde ese día, no dejaba de repetírselo para sus adentros en cualquier caso que lo ameritara: “amigo: simplemente hay mujeres que, por salud pùblica, es mejor mirar calladito”.

El marido no aprendió nada. Pero días después del incidente fue recibido en casa al termino de una agotadora jornada, por una suculenta cena con velas y vino tinto a la mesa, un maravilloso escote rodeado de mujer, una delineada cadera femenina que le marcaba en espasmos pendulares de norte a sur el camino a la cama, y, al tiempo, los ojos de su chica con ese brillo de primer día diciéndole en silencio: “tómame Tarzán, héroe que regresa de la guerra, ¡tómame que soy toda tuya!"