viernes, 18 de febrero de 2011

Cuánta (pinche) arrogancia

No se aprende nada al paso de la vida. No se aprende a caminar teorizando, sólo se camina y ya. Se cansan las piernas de estar sentado, y se levanta uno y camina. Es instintivo. Vivir es instintivo, no es necesario hacer un libro sobre cómo comer, o sobre cómo respirar o tener sexo. Es un charlatán el que explica a los demás cómo se vive, y es un reverendo idiota el que quiere hacer una bitácora de su kilometraje para no volverse a equivocar. Los teóricos de la vida son incapaces de provocar o provocarse un orgasmo. Las quimeras existenciales sólo rellenan el tiempo de los que están miedosos de simplemente vivir, de salir a la calle y saludar a un extraño, de zarpar y ver qué tiene la mar y hacerle frente y morir ahogado al final de la jornada, para ratito después cenar y eructar en la mesa de Dios.

Los estudiosos de cada paso sólo miran al piso para depurar su técnica, y luego juzgan a los que decidimos no usar su metodología. No es posible que sean tan pendejos de no ver que hasta los simios se dejan llevar y creen a diario en su capacidad de improvisación. ¿Del bien?, qué decir, no hay por qué hacer más Biblias porque el bien también es instintivo. Los tigres no comen más de lo que necesitan, y no hacen en el planeta a los seres que no les alimentan ni nutren como a los pajarillos pequeños o a las flores. Todo en el planeta, y supongo que en el resto del universo, se basa en la intuición de seguir vivo. No hay teorema ni filósofo ni dios ni horóscopo que se interponga, o que ayude a hacerlo mejor.

Pensar nos debe servir para sobrevivir, y no para generar tratados de la existencia. Sobrevivir es nuestro trabajo, incluyendo el de evolucionar. Pero da la casualidad que sobreviviendo evolucionamos (unos más que otros, claro). ¿Cuál es el pinche afán de querer dominarlo todo?