No se tienen almacenes suficientes en la ciudad
para guardar tanta incertidumbre,
o es que acaso no se dan abasto.
(
las reglas del juego son claras,desde que se publicó el manual del jugadordel deporte de la vida.
La bronca es que la FIFA y la Profeco aún no existían,y mandaron el cuadernillo escrito en alguna puta lengua muerta,y ahora no sabemos qué hacer con las incertidumbres humanas.)
Alguien trató de venderlas al mayoreo
-ya sabe usted, siempre hay un adelantado que le ve precio a todo-
pero fracasó en su empresa.
(
nadie compra prefabricado lo que se hace de gratis en casa)
Ahora las incertidumbres duermen bajo los puentes,
y en las azoteas y en las casonas abandonadas de la calle Madero.
Son una plaga.
Yo trato ahora de ser ecológico
y de no provocármelas e imprimirlas, a menos de que sea necesario;
pero no logro cumplirme esa promesa
y se me escapan al viento por lo menos dos o tres al día.
Quizá el negocio radique en construir más almacenes que las contengan,
o casas de asistencia, o refugios de incertidumbres,
o manicomios de ellas o agencias de viajes
con boletaje tan sólo de ida.
Quizá sólo sea esta repinche jaqueca.