viernes, 8 de abril de 2011

Teibolera promedio


¿Qué tal, mi lic?, ¡hacía meses y meses que no se paseaba usted por aquí! Qué de qué, ¿me va a invitar una copa?, o me va a decir que se tiene que ir temprano, por eso de las guardias forenses de mañana, y la manga del muerto… ¿sí?... esos ojitos clavados en mis tímidos pechos quieren decir que sí, verdad?... Jorgito, arrímate pa acá un doble tequilita de la botella que me gusta, del que sólo me tomo cuando estoy sentadita en las piernas de mi lic!... ¡ah, qué mi lic!... ¡qué bonito es que me vengas a visitar! ¡No me vayas a contar que venías a ver a otra!... primero me atiendes a mí, papito, y luego ya te mandas solo. Estas caderas son sólo tuyas en los días en que vienes, porque cuando no llegas, tienen mala memoria, y siguen a otros pantalones cargaditos de billetes. Pero hoy, hoy mi lic, ¡hoy me tienes a tus órdenes!

¡Salucita, mi buen lic!, ¡qué agradable compañía! No han pasado muchas cosas desde aquel quince de septiembre en que te dignaste a visitarme. ¡Míralo nomás qué cabroncito!... me pides que sea tu novia de los viernes, y luego te me desapareces así como así. ¡Ay maditos hombres!... si bien que me lo decía mi madre: ¡son ustedes buenos pa la prometedera, pero inútiles pa la cumplidera!

No no no… no me digas eso, mi lic. Tócale bien y verás que todavía son naturales, ¡nada de operaciones de agrandamiento!, ¡no señor!, este oficio es complicado, si yo lo sé; hay que saberse procurar en buena forma, pa poderles competir a las morritas nuevas que se prueban en los tubos. Si yo soy de las que intenta estar en línea, trabajando las carnes, y los músculos y la elasticidad y todo eso, pero todavía no me he cambiado nada, no he pisado el quirófano y no me han metido cuchillo. O qué… ¿me estas queriendo decir que ya me hace falta?... no chingues, mi lic, ¡si tú eres de mis clientes distinguidos!, no me salgas con eso; tú bien me dijiste en una noche como esta que la carne nueva no siempre es la mejor sazonada.

Aunque déjame contarte que ha estado flojón el changarro. La cuesta de enero nos pega a todos. Aún en los días buenos, jueves, viernes y sabaditos, no caen muchas moscas en este pastel. Y los pocos que se arriman los acaparan la Gina y la Rubí. No te hagas pendejo, ¡si bien que sabes quiénes son esas!... Nomás voltea a tu derecha, y verás un tumulto de pelaos perreandoles y haciendo fila india por un privadito con alguna de ellas. No me vengas con que no están tan buenas. No mientas en eso, valedor. No por hacerme sentir bien. Si todas aquí las odiamos, pero es un odio entendido, de puritita envidia. Son jóvenes, no pasan de los veinticinco. Además, una cosa lleva a la otra; como les va rete bien, tienen plata pa ponerse aún mejor: gimnasios y espás, uñas de cristal, extensiones de las de cinco mil, tetas nuevas cada año, cama de bronceado, pupilentes moraditos, dientes blancos como queso panela, cremas miles pa la piel a todas horas. ¡Chale!.

Habemos otras quince muñequitas aquí que sólo servimos pa bailar en tubo, calentando a los jodidos mirones, mientras ellas levantan y levantan pedidos a granel de los que sí traen plata para malgastar. Si yo he visto los regalos que les traen desde bien lejos. Una vez, la Rubí enamoró a un chilango con negocios turbios –según se rumoraba-, y el romeo aquel le traía todas las noches un vestido nuevo, y la Cometa le alcanzó a ver la marca a uno rojo brillante, y quesque era de buena etiqueta, y quesque era de Liverpúl.

Así como nos ves, muchas dedicamos tiempo a los ensayos, a aprender nuevas suertes pa volar en las alturas de los tubos de la pista. Eso es lo que nos queda. Pasados los treinta, y con este cuerpo de ranchera del montón, sólo el baile y una buena elección de canciones, además de ropita que enseñe un poco de acá y esconda otro tanto de allá, nos pueden traer buena fortuna en una noche en que no vengan ese par de putas acaparadoras.

Ya te lo había contado, mi lic. Si yo tan sólo estoy esperando ahorrar por un par de años más, para mejor dedicarme a otra cosa. Quiero montar un salón de belleza. Yo no sé mucho de cortes de moda, ni de tintes ni de maniquiures, pero la Rosita sí que tiene talento pa eso. Ya quedamos en que vamos a ser socias. Yo compraré el equipo necesario y rentaré el local, y ella se encargará de traer a los clientes. Me va a enseñar todo lo que aprendió de cuando jalaba en Tijuana, haciendo permanentes y rayitos a las bailarinas de la frontera. Ya con eso la hago para que mi Estebitan vaya a una escuela decente, en otra ciudad, porque no quiero por nada del mundo que le anden diciendo los otros escuincles que su madre era una teibolera, y que bailaba encuerada y que se dejaba agarrar las nalgas por unos cuantos billetes de a cien.

No tienes que decírmelo lindo mi lic, ya sé que se acabó mi tequila. Si te pones trucha, le puedes sacar un baile privado a la Gina sin esperar hasta el último turno. Si quieres, yo le digo que te haga la balona, que al cabo eres cliente de aquí desde hace dos años. De cuando yo era la reina del antro, y nadie más me ganaba en caderas.

Ya me voy al camerino. Me toca bailar en tres turnos más. ¡Ándele pues mi buen lic!, y no dude en venir a visitarme otro viernes de pronto. Y aunque esté ocupado de manos al rato, no deje de voltearme a ver cuando ejecute al tubo la nueva de Chayanne ¡que este danzón se lo voy a dedicar a usté!