lunes, 25 de abril de 2011

Con ese vestido




Te veìas maravillosa con ese vestido la otra noche de gala. Y tanto asì que los señores acompañados por sus esposas se daban tres segundos exactos para voltear a verte, y luego bajaban la cabeza (unos por acto natural de sumisión, y otros como estrategia de camuflaje) y a los otros tres instantes volvían a mirarte desde las pantorrillas y los tacones tac tac tac, hasta el vuelo libre de la tela a veinte centímetros arribita de tus rodillas, y luego a la bailarina cadera, siguiendo la paz espiritual de tu cintura; el par de pequeños pechos, la perfecta cuadratura de los hombros y la espalda desnuda; un cuello de siete metros de largo, y los que llegaron hasta el rostro -porque lograron engañar a su celosa acompañante- se dieron cuenta de que había un afortunado mozo a tu lado.

Ese era yo. A ratos, al pendiente de las miradas de los pendejos, de los tímidos, de los estafadores, de los lujuriosos, de las envidiosas, y de las que no temen aceptar que también les gustas demasiado, mujer. Y a otros -segundos breves- al pendiente de ti.

Te veìas maravillosa con ese vestido.

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