domingo, 11 de diciembre de 2011

El huracán




El huracán pasó por nuestro encima
y se llevó a su paso lo más frágil.

Lo más fuerte fue removido,
puesto a prueba.

Los árboles se lastimaron,
pero enraizados como están perduran atados a la tierra.
Las paredes y los techos de nuestra casa
fueron invadidos de humedades,
pero no volaron por los aires.

Mi mujer
-que es muy fuerte-
quedó arraigada a un barandal
y yo después de rodar por el jardín
me guarecí dentro de un armario vacío.

Nosotros, los que somos fuertes,
y nuestros amores fuertes por viejos amores
se quedaron mareados,
húmedos, miedosos pero a salvo.

El huracán se llevó lo más frágil:
los cristales de las ventanas,
las hojas sueltas de los árboles
y el huerto que habíamos sembrado juntos
-con la intacta ilusión de los que siembran-
hace apenas treinta y dos semanas.

Pero nada quedó de ello.

El huracán es un estornudo de Dios.
¿y, quién se cree importante
para negarle su derecho de soplar?

Por eso, y para no llorar de más,
es mejor saber y recordar que Dios
sonríe siempre
después de que estornuda.

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